La vida acá es más ruidosa, con una luz que parece más clara,
tal vez más amarilla; las bicicletas esquivan coches y los coches esquivan
pozos; hay un barullo de carteles alineados anárquicamente que ocultan
edificios altos que solo ves si levantás el pescuezo, y guarda con elevar mucho la mirada, no vaya a ser cosa que tropieces con una baldosa jorobada por
raíces de jacarandás que, para qué negarlo, siguen creciendo y dando sus flores
violetas en verano; y la gente conversa; el diariero con el jubilado, la
empleada con el sodero, el portero con la paseadora de perros, dos viejos
amigos en un café, tres señoras notablemente edulcoradas, la parejita en un
banco de plaza; hay mucho jogging mucho fitness mucho bicing, mientras un
carrito lleno de cartones pasa un semáforo en rojo, y a ese, nadie le dice
nada.
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