La
vida acá es más acuática; en un santiamén te cubre un nubarrón y esa esquina
soleada entresombras de ramas hojas balcones, se convierte en una invitación
al salto inevitable, un trampolín entre charcos que te lleve desde la vereda a
la calle y de la calle a la vereda, y para qué tanto cordón si acá ya está todo
cubierto y las alcantarillas no dan abasto para tanto río de golpe. Tres minutos
zafarrancho; y “seco” es solo el recuerdo del local de ropa hule anti-lluvia de
una amiga en Palermo; y mirá cómo estás todo mojado, ya te avivaste que los
paraguas 70 pesos de un chino no resisten estos arrebatos sureños de agua y
viento, y glich glich en los zapatos, y cuidado no te vayás a pescar una
pulmonía, mejor metete en un café y esperá; esperá un poco que pase el chaparrón, aguacero, cosa
e’mandinga semejante sudestada. Andá a rezarle a Santa Rosa que no se lleve del
todo los muelles como le pasó a Flanagan en el Tigre; o soñá con pedirle
prestadas las botas a un gato, esos que se ven por todos los paredones, por
todos los baldíos, todos los techos, todos los patios; cuando hay sol, claro,
ahora no se ve ninguno, deben andar todos mojados.
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